An extract from 'Enigma Asesino' by Eric J. Gates
El abogado tenía problemas y lo sabía.
Primero habían sido las luces parpadeantes en el salpicadero.
Entonces el pedal del acelerador bajó por sí mismo. Un olor a quemado, el humo del aislamiento eléctrico, emanaba de algún lugar más abajo.
El coche aceleró. Pisó fuerte el pedal de freno y lo hundió a su máxima profundidad, sin embargo, el coche se negó frenar.
Más luces rojas intensas iluminaron el salpicadero.
FALLO MAYOR. PARE INMEDIATAMENTE.
Si pudiera.
Pisó repetidamente el pedal de freno, buscando resistencia, respuesta, reconocimiento de que aún tenía algún control sobre el vehículo pesado. ¡Nada! Rechazaba firmemente sus intentos, permaneciendo fijo en el suelo.
Ahora iba a ochenta, la velocidad subía lentamente.
Gracias a Dios las calles estaban casi vacías. Unos pocos coches estaban estacionados en los laterales.
Eso es, pensó.
Giraría a una calle lateral donde habría más coches y se rozaría contra ellos; usando la fricción para frenar su coche.
Giró el volante a la derecha, tomando la primera calle. Una línea de sentido único de coches aparcados en ambos lados. Sólo podía ver un peatón. ¡Espera! ¿Ese no es...?
El coche rebotó a lo largo de los laterales de cuatro vehículos estacionados, chispas volando, espejos retrovisores hechos misiles. El crujido de metal contra metal chirrió a través del aire pesado. Dos ruedas dejaron el suelo mientras su coche subía por el lateral de los coches aparcados. El neumático delantero izquierdo impactó contra la parte trasera del siguiente coche aparcado, lanzándolo por el aire. El caucho agarró la superficie de la calle; se produjo una voltereta mortal.
El sedán de lujo dejó el suelo, viajando casi boca abajo. El abogado, sin un cinturón de seguridad para mantenerlo en posición, voló por el interior. No estaba al tanto del hombre que salía del coche estacionado al otro lado de la calle.
El vehículo pesado atravesó la calle en menos de un segundo, destrozando su lateral contra el coche estacionado, aplastando al hombre que peleaba por salir. Su ímpetu lo lanzó por el aire, su breve trayectoria se detuvo de golpe por el metal entrelazado, haciéndolo golpearse encima del vehículo ocupado.
Inmediatamente se inició el fuego. Las chispas, el metal calentado por la fricción y la gasolina que salía del tanque roto, no eran una buena mezcla.
En la estrecha calle, la explosión y la onda de choque resultante golpearon las ventanas de la cafetería.
A quince metros de distancia, un hombre dejó caer un paquete en un buzón de correos, se giró, sonrió y caminó hacia el cruce.